El precio emocional de ser “la cuidadora” en tiempos de incertidumbre
En momentos de crisis —económica, social, sanitaria o emocional— hay un rol que suele activarse casi por instinto: el de “cuidadora”.
Y aunque cuidar es un acto profundamente humano y valioso, cuando se convierte en una carga invisible, sostenida en el tiempo y no compartida, suele tener un alto precio emocional.
Este artículo es una invitación a reconocerlo, comprenderlo y transformarlo.
¿Quién es “la cuidadora”?
Es esa mujer que, en medio del caos, sostiene. Sostiene la casa, la familia, los vínculos, las emociones ajenas........ Es madre, pareja, hija, amiga, profesional.
Es quien detecta el malestar en el otro antes de que se lo cuenten, quien organiza, consuela, prevé. Y muchas veces, lo hace sin que nadie se lo pida, seguramente porque ha aprendido que su valor como mujer está en "cuidar".
Pero ¿quién la cuida a ella?
Cuidar en tiempos inciertos: una sobrecarga silenciosa
La incertidumbre actual —inflación, precariedad laboral, crisis climática, polarización social— puede generar ansiedad colectiva. Y en ese contexto, las personas cuidadoras son las que suelen absorber el malestar del entorno como si fuera propio.
Lo vemos en mujeres que:
Se sienten culpables por no llegar a todo.
Postergan sus necesidades para priorizar las de otros.
Viven con una constante sensación de alerta.
Experimentan agotamiento emocional, insomnio o síntomas físicos sin causa médica clara.
Este desgaste tiene nombre: carga mental, fatiga por compasión, burnout emocional. Y no es debilidad.
Es el resultado de sostener demasiado, durante demasiado tiempo, sin espacios de reparación.
El impacto psicológico: cuando el cuidado se vuelve autoabandono
Desde la psicología sabemos que cuidar sin poner límites puede derivar en:
Despersonalización: sentir que una ya no sabe quién es fuera del rol de cuidadora.
Ansiedad anticipatoria: vivir en modo “¿y si…?” constante.
Autoexigencia extrema: creer que descansar es ser egoísta.
Desconexión emocional: bloquear el sentir propio para poder seguir funcionando.
Y lo más preocupante: muchas mujeres normalizan este estado. Lo ven como parte de “ser buena madre”, “ser fuerte”, “ser responsable”. Pero cuidar no debería significar desaparecer.
Reescribir el rol: del sacrificio al autocuidado consciente
No se trata de dejar de cuidar. Se trata de aprender a cuidar, pero desde otro lugar. Aquí algunas claves para empezar:
Reconocer el desgaste: ponerle nombre al malestar es el primer paso para transformarlo.
Pedir ayuda sin sentir culpa: delegar no es fallar, es permitir que otros también se responsabilicen.
Crear espacios propios: aunque sean 15 minutos al día, son vitales para reconectar contigo.
Revisar creencias heredadas: ¿de dónde viene esa idea de que tu valor está en dar sin medida?
Practicar el autocuidado: en un mundo que espera que las mujeres sostengan todo, cuidarse es resistir.
Cuidarte también es cuidar
En estos tiempos difíciles, necesitamos mujeres que se cuiden para poder cuidar adecuadamente. Que se reconozcan como sujetos de derecho, y no sólo como proveedoras de bienestar ajeno. Que se permitan ser vulnerables, imperfectas, humanas.
Si este artículo ha resonado contigo, si te has visto reflejada en alguna de estas palabras, quizás ha llegado el momento de priorizarse.
En mi consulta —presencial u online — acompaño a mujeres que como tú, quieren aprender a reconectar con su bienestar, redefinir sus límites y recuperar su energía emocional.
No tienes que hacerlo sola. Mereces un espacio seguro para ti.
Puedes solicitar tu primera sesión en el mail egrau@cop.es para que exploremos juntas cómo cambiar el punto de mira.
Tu salud emocional importa.
Y empieza con darte permiso.
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