ALTERACIONES DE LA CONDUCTA ALIMENTARÍA
En nuestra sociedad se
produce una enorme tensión causada por tres tipos de mensajes contradictorios,
en relación con la estructura corporal: Mensaje médico, mensajes estéticos y mensajes
gastronómicos. La abundancia de alimentos, algunos muy atractivos, junto con el
“mandato” social de tener que ser delgado, para ser aceptada, crea situaciones
internas muy conflictivas que conducen a personas predispuestas (la
adolescencia es un periodo crítico) a desarrollar un trastorno del comportamiento
alimentario.
Los trastornos de la
conducta alimentaría (TCA) consisten en comportamientos anormales relativos a
la alimentación, así como actitudes, emociones y sentimientos negativos hacia
el tamaño y la forma del cuerpo. Afectan diferentes aspectos de la vida de los
pacientes. Aparentemente, las relaciones sociales y familiares, junto al estado
de ánimo, son los aspectos más perturbados, además de la salud física, la
alimentación, los estudios y la vida laboral.
Las alteraciones en
el estado de ánimo, los cambios de humor, la pérdida de la alegría y las
ilusiones constituyen otros de los aspectos dañados en las personas que padecen
TCA[1]
. De esta manera, se observa que sus consecuencias no se reducen sólo a lo
relacionado con la salud física y la alimentación, sino que se generaliza a
diversos aspectos emocionales y sociales.
Aunque no existe una causa
clara de los TCA, se señala la importancia de la alteración de la imagen
corporal como el factor que determina el inicio y mantenimiento de dicho trastorno[2].
Las personas que padecen TCA perciben el propio cuerpo de forma no coincidente
con sus características reales,
Las conductas
alimentarias de riesgo (CAR) incluyen dietas restrictivas (desde evitar alguno
de los alimentos principales del día, hasta consumir solamente 500 calorías al
día), atracones, conducta alimentaria compulsiva, hábitos alimentarios
inadecuados y ayunos.
A menudo se
autoimponen reglas dietéticas extremas imposibles de cumplir, particularmente
en los periodos de estrés. La desviación de estas reglas es percibida como una
evidencia de debilidad. El resultado es
el abandono del autocontrol, se come por el placer de consumir comidas
prohibidas que nos gustan, la distracción de los problemas y la atenuación
temporal de la depresión y la ansiedad. Se desinhibe por completo la forma de
comer.
Posteriormente se experimenta
una sensación de fracaso, la autoestima disminuye y el nivel de estrés aumenta.
El riesgo de convertir la dieta en una situación crónica y desarrollar posteriormente trastornos de la
conducta alimentaría, como la bulimia
nervosa es muy alto.
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