El impacto del estrés y la probabilidad de desencadenar una enfermedad
El impacto del estrés y la probabilidad de desencadenar una enfermedad es proporcional a la cantidad de sucesos acumulados en un tiempo determinado.
Hemos visto que todo cambio importante conlleva un cierto nivel de estrés, pero los cambios asociados a una crisis son desmesuradamente estresantes. Aparecen importantes dudas sobre cómo actuar y que pensar sobre uno mismo y el mundo circundante, se pierde seguridad y predominan la vulnerabilidad y la inestabilidad.
La persona vive la sensación de caos interior y desasosiego, de temor en el futuro, de apremio y de falta de sentido. En estas ocasiones, rara vez se mantiene la suficiente lucidez para considerar y prever objetivamente y con calma, los posibles resultados futuros.
Para la mayoría de la gente la desorganización y el trastorno excesivos, característico de la crisis, son aterradores y nuevos.
Al carecer de caminos para conceptuar y comprender la experiencia, muchos pacientes en crisis dicen tener miedo de “volverse locos”, “perder la cabeza”, “perder el control”, como si sus sentimientos fueran un signo de enfermedad mental.
En una crisis, se atraviesan estadios. El primero de ellos sería el estupor, que se traduce en asombro, miedo o inhibición ante unas vivencias nuevas e incomprensibles que está atravesando; la incertidumbre que se origina cuando se debe optar por una u otra salida, o en la búsqueda de esas posibles salidas; y la amenaza, o sensación de estar ante un peligro, a veces inespecífico y otras veces concreto.
La crisis supone peligro por el dolor que conlleva la pérdida de seguridad y la estabilidad anterior, y oportunidad en tanto que al tocar fondo se presenta la oportunidad de salir fortalecido de la situación, si la persona es capaz de aprender nuevas habilidades o activar las que ya poseía.
El resultado va a depender, además de los recursos personales, de otras variables externas como, por ejemplo, la gravedad del suceso desencadenante y su duración, la acumulación de sucesos, los recursos materiales con los que se cuente, o el apoyo social y familiar percibido.
Para reaccionar positivamente a la situación hay que percibirla, conocerla y evaluar qué supone para el bienestar personal. La percepción de que los acontecimientos y los resultados son independientes de sus acciones, posibilita que se desarrolle un sentimiento de indefensión, asociado a una reducción en la motivación para la búsqueda del control. Los procesos perceptivos implicados en la interpretación de los estímulos externos pueden verse distorsionados cuando se está bajo un estrés intenso.
Las creencias son configuraciones cognitivas formuladas individualmente o compartidas culturalmente, que sirven de lente perceptiva. En la valoración, las creencias determinan la realidad de cómo son las cosas en el entorno, y lo que puede ser amenazante o perjudicial. Si cambian las creencias, también pueden cambiar las valoraciones, aunque normalmente no se es consciente de esa relación.
Otros estudios, en esta misma línea, han demostrado que las creencias de la valía de uno mismo, y no tanto sus características objetivas, se relaciona con menores niveles de estrés. Si esta manera de interpretar la experiencia es rígida e irracional, la respuesta de estrés es más probable, por lo que se haría necesario la adquisición de patrones de creencias más flexibles y objetivos que mitigue las consecuencias de dicha interpretación “estresante”.
En general, evaluar una situación como controlable reduce el estrés. Lo fundamental son las creencias en las capacidades de uno mismo para controlar un acontecimiento, sean estas capacidades generales o específicas, ilusorias o reales, influyen en la valoración del acontecimiento y en las estrategias de afrontamiento. De hecho, el organismo responde de modo diferente a condiciones caracterizadas por la controlabilidad o por la ausencia de control.
En conjunto, una mayor controlabilidad reduce las respuestas de estrés fisiológico, como la secreción de adrenalina y cortisol, disminuyendo el desgaste corporal. Algunos estresores son tan contundentes en su impacto que podemos hablar de traumas. Son experiencias profundamente inquietantes o muy impactantes como, por ejemplo, crecer junto a un padre alcohólico, ser víctima o testigo de violencia, o la muerte de un familiar.
La respuesta del estrés depende en gran medida de la capacidad para detectar posibles amenazas. De hecho, una de las características de la respuesta de estrés es que los sentidos agudizan y la atención se dirige hacia estímulos indicadores de peligro o amenaza potencial, particularmente en condiciones con cierta ambigüedad.
Las personas con niveles elevados de ansiedad que se enfrentan a un estresor, centrarán su atención en mayor medida hacia los estímulos amenazantes y presentarán dificultades para ignorar el estresor o para inhibir su procesamiento, probablemente porque una vez activado el sesgo en las fases iniciales del procesamiento, éste persiste automáticamente.
Sin embargo, cuando la situación de estrés se prolonga, las personas con una personalidad tendente a la ansiedad elevada mantienen esa vigilancia de modo relativamente constante o recurrente, mientras que las de personalidad de baja ansiedad generan estrategias de control sobre su atención para evitar la preocupación permanente. En general, a medida que aumenta el estrés de un sujeto, más estrecho será el foco de la atención, lo que resulta en una concentración intensa sobre unos pocos estímulos relevantes
Los recuerdos autobiográficos de alto contenido emocional se codifican como recuerdos concretos que evocan percepciones sensoriales implicadas en el hecho recordado, por ejemplo, un suceso traumático puede recordarse como fragmentos aislados desgarrados del contexto. Puede darse la circunstancia de que la memoria sólo almacene el recuerdo escénico, las emociones implicadas y las reacciones fisiológicas, perono el contexto temporo-espacial en el que tuvieron lugar. De esta manera, parece que cuando el evento estresante supera cierta capacidad del sujeto para procesar la información del entorno, la memoria se resiente y se desorganiza su almacenamiento.
Podemos decir que la valoración o evaluación cognitiva es uno de los procesos mediadores responsables de que un estímulo se convierta en estresante. Una valoración de perjuicio puede producir ira, disgusto, desilusión o tristeza; una valoración de amenaza a la autoestima es probable que origine preocupación, ansiedad o miedo; una valoración de desafío puede ser seguida de excitación o anticipación. Es necesario resaltar que estas emociones no son las que producen el estrés; al contrario, estas emociones son generadas por la valoración que el individuo hace de un acontecimiento.
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